DOMINGO 16 DE FEBRERO – Desde muy temprano todos y todas tuvieron clara su labor. Cocinar, pintar, estampar, cortar y coser eran las tareas básicas que niños, niñas, jóvenes y adultos se dividieron para cumplir con el objetivo principal del día: instalar en lo alto de la montaña un enorme trapo con el mensaje “Somos convite, somos barrios, somos paz”. Y así decirle a la ciudad y decirse a sí mismos que no tienen miedo, y que en colectivo, como lo han hecho siempre, seguirán construyendo la paz en su territorio.
En La Honda, un barrio habitado en su mayoría por personas que le huyeron a la guerra, la historia no ha sido tan fácil. Por eso desde el 7 de febrero, cuando los y las pobladoras escucharon fuertes explosiones que derribaron una torre de energía, los ánimos han estado caldeados. El hecho, cuya responsabilidad se atribuyó al ELN, tuvo como respuesta una reorganización y mayor control de las bandas criminales, la militarización del territorio, y excesivos rumores que aumentaron la zozobra. A la mente llegaron algunos recuerdos dolorosos: cuando tuvieron que dejarlo todo en sus lugares de origen para empezar de nuevo en una ciudad desconocida, o cuando las fuerzas militares, tiempo después, instalaron el miedo en el barrio con la Operación militar Estrella VI, bajo la excusa de exterminar las milicias armadas de esta zona.
Migrar y poblar la ladera
“Es por el desplazamiento y por el terrorismo de Estado que estos barrios existen. Nosotros estábamos en los campos, donde teníamos la vaca, el marrano, la gallina, y vivíamos de la naturaleza. Pero nos tocó venir a amontonarnos en los barrancos, en las periferias, porque el terrorismo de Estado nos sacó de nuestra tierra”. Así explica el surgimiento del barrio Luis Ángel García Bustamante, líder comunitario y uno de los fundadores de La Honda.
Corría 1995 cuando Carlos Castaño, comandante para entonces de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, anunció su llegada al Urabá antioqueño, hecho clave en el desarrollo de la estrategia paramilitar que colmó de sangre este departamento, y que permitió la reactivación y configuración para 1997, en las Autodefensas Unidas de Colombia. Urabá, al ser uno de los principales centros operativos de los paramilitares, vivió años de terror. Solo en 1997, según cifras de la Unidad de Víctimas, 122.935 personas se desplazaron de la región portuaria, de las cuales miles llegaron a Medellín buscando refugio.
La administración municipal no tuvo la capacidad para atender a esta población, por lo que fueron las organizaciones sociales y de derechos humanos de la ciudad las que proporcionaron atención básica y realizaron acompañamiento. La Cruz, en la zona nororiental de Medellín, fue uno de los barrios que recibió más desplazados provenientes de Urabá. En 1998, y ante la magnitud de la situación, la Asociación Nacional de Ayuda Solidaria (ANDAS) adquirió un terreno para entregárselo a algunas de las víctimas. En ese predio de 15.000 metros, que apenas era un cafetal, empezaron a ponerse las primeras piedras de lo que hoy es el barrio La Honda.
“Todo lo que usted ve aquí lo hicimos nosotros. Empezamos con los convites para el banqueo y para cargar el material desde La Cruz, porque el carro apenas subía hasta allá. Todo, la arena, las varillas, el cemento, lo cargamos nosotros. Luego, nosotros mismos hicimos también la carretera. Ahí se juntaban 80, 100 personas, mujeres, niños, hombres, todos con las palas, los machetes, con la olla haciendo el sancocho”, recuerda Luis Ángel, quien ya tenía una amplia experiencia de liderazgo con la Unión Patriótica en el Urabá, y no dudó en ponerla al servicio de este naciente barrio de ladera.
Como Luis Ángel, muchos otros desplazados traían consigo una experiencia organizativa y de liderazgo, producto de la fuerza que desde hacía algunos años habían tomado procesos como la Unión Patriótica en la región y el país. En el barrio que crecía se fueron juntando. “Uno se encontraba con esa gente acá y eso le daba a uno como otra esperanza”, dice Carmen Cecilia Restrepo, integrante de la Corporación de Víctimas y Sobrevivientes del Conflicto Armado, e hija de otro de los líderes de la UP fundadores de este barrio, quien fue asesinado años después.
“Además de los enseres, eso también migró con ellos, migró la experiencia, y esta fue puesta en el barrio ―explica Oscar Manuel Cárdenas, líder comunitario e integrante del colectivo Raíces, quien conoce con propiedad los repertorios de organización comunitaria que se han forjado en La Honda―. Lo primero fue la construcción de comités de trabajo, relacionados con necesidades, por ejemplo de una escuela, de las calles, las casas, o de gestionar, de moverse en la ciudad y buscar protección. En el 2002 vino la creación de la Junta de Acción Comunal, aunque no fuéramos reconocidos como barrio. Luego, en el 2003, en La Cruz se hizo lo que fue el primer Plan de Desarrollo Comunitario de la ciudad, en el que participó La Honda, y del que surgió la Red de Instituciones y Organizaciones Comunitarias que funcionó hasta el 2013”.
Entre tanto, decenas de acciones colectivas se realizaron en el barrio y en la ciudad, junto con habitantes de otros asentamientos, para visibilizar el problema del desplazamiento. La más emblemática fue quizá el bloqueo en el año 2000 a la Curva de Rodas, el basurero de Medellín en ese entonces. La acción tenía como objetivo, entre otros, denunciar las condiciones de vida precarias en alrededor de 35 asentamientos urbanos y exigir soluciones por parte de la administración municipal. Por esto es que Luis Ángel, Carmen y todos los antiguos habitantes, líderes y lideresas del barrio, insisten en que nada, nunca, ha sido regalado.
La ciudad impuso la violencia militar en los barrios
En medio de estos esfuerzos comunitarios por construir, habitar y sobrevivir, la guerra no dejaba de pisar sus talones. “También nos tocó vivir muy fuerte la violencia de la ciudad, la violencia de los barrios”, dice Carmen. Grupos de delincuencia común azotaban la ciudad, lo que sumado al abandono estatal fue el caldo de cultivo para la aparición y fortalecimiento de las milicias urbanas. En la zona nororiental hicieron presencia, mayoritariamente, las milicias de las FARC. El Estado, con Álvaro Uribe en la presidencia, y Luis Pérez en la Alcaldía, respondió con operaciones militares tristemente recordadas, como la Mariscal y la Orión en la Comuna 13, y otras no tan recordadas, como la Estrella VI en la nororiental.
Para esta última, las fuerzas militares conformaron un grupo de aproximadamente 1.000 hombres, entre los que había miembros de la Policía, la Fiscalía, el DAS y la Cuarta Brigada del Ejército, que irrumpieron en barrios como La Cruz y La Honda. El 13 de enero de 2003 empezó la barbarie.
“Fue una operación que duró tres días, sin contar los días de inteligencia. En esos tres días hubo allanamientos, que luego se determinó que habían sido ilegales, hubo también detenciones arbitrarias, muchas personas fueron condenadas y después de pagar cárcel fueron asesinadas, otras estuvieron apenas unos días y luego fueron asesinadas. Entonces no fueron solo esos tres días, sino un montón de acciones conexas que le hicieron mucho daño a la población en general”, explica Oscar.
Fueron detenidas unas 100 personas. Más de la mitad eran líderes y lideresas comunitarias reconocidas por su gestión en estos barrios, la mayoría pertenecientes al Movimiento Social de Desplazados de Antioquia (Mosda) que estaba en pleno auge. Muchas familias se desplazaron nuevamente, y en La Honda, un barrio con apenas cinco años de vida, hubo desesperanza.
Pero fue su misma capacidad organizativa la que ayudó a paliar los efectos de esa guerra. “La gente no se quedó callada ―dice Oscar―, y en este espacio que sirvió de albergue a la población desplazada, hicimos junto con otros asentamientos de la ciudad una Declaratoria de Refugiados Internos por la Paz y los Derechos Humanos”. Esa declaratoria, que fue en rechazo a este tipo de acciones militares, sirvió para que se reconocieran como un territorio de paz, y sus esfuerzos en adelante se enfocaran en ello.
La fuerza comunitaria es más grande que el miedo
La Operación Estrella VI fue el preámbulo del accionar paramilitar que desde entonces, e incluso luego del proceso de desmovilización, siguió imponiendo la violencia en la zona. Hoy los combos controlan el microtráfico, la movilidad en el barrio y hasta la canasta familiar. El Estado, por su parte, no ha reconocido a La Honda como un barrio, por lo que el acceso a los derechos sigue siendo limitado.
La respuesta comunitaria no deja de ser contundente. Acciones colectivas, Juntas de Acción Comunal, espacios culturales, y expresiones organizativas amplias como la Red Comunitaria de La Cruz y La Honda mantienen vivo el tejido social y la esperanza. Los jóvenes, niños y niñas que heredaron estas luchas, y hoy son los protagonistas de un convite que empezó hace más de 20 años.
La Casa para el Encuentro Luis Ángel García, el lugar colectivo construido desde los inicios de La Honda, y posteriormente nombrado así como homenaje en vida a este líder, es el espacio donde se reúnen para pensarse y construir el barrio que sueñan. Ahora trabajan por reconstruir su memoria, caracterizar sus condiciones actuales de vida, y exigir un proceso de reparación colectiva por los daños que ha generado tanto la violencia como el abandono estatal.
A pesar del temor y los recuerdos removidos tras las detonaciones del 7 de febrero, para estos pobladores y pobladoras nunca dejó de estar claro que nada podía paralizarlos. Como lo expresa Wendy Vera, líder juvenil del barrio e integrante de la biblioteca comunitaria Sueños de Papel, “esta es nuestra manera de seguir unidos y de mostrarle a la gente que si estamos juntos somos más, y que por encima de que lo que pasó, nosotros somos comunidad, somos arte, y estamos generando territorios libres de violencia”.
La Red Comunitaria se pronunció exigiendo al Alcalde de Medellín, Daniel Quintero, que las decisiones en materia de seguridad se tomen en conjunto con los habitantes del barrio para evitar la estigmatización a la que han sido sometidos siempre; que se implementen medidas para evitar nuevos hechos de violencia; que se atiendan las situaciones de riesgo y vulneración a los derechos humanos, y que sus necesidades y formas de habitar el territorio sean tenidas en cuenta al momento de planear la ciudad.
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Al final de la tarde el trapo quedó instalado en la montaña, cerca al lugar donde ocurrieron las detonaciones y donde una bandera del ELN apareció ese día. Aunque cinco días después fue retirado en circunstancias desconocidas, el mensaje “Somos convite, somos barrios, somos paz”, se propagó también por medio de estampados y se repitió insistentemente durante la acción, hoy resuena más que el mensaje estruendoso que por décadas han querido imponer los que se benefician con la guerra.
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