Edición 151 - Julio 2019

Gloria: la buscadora de desaparecidos

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I

Su papá intentó convencerla de que no se fuera para la guerrilla diciéndole que la vida en la milicia era muy dura y que ella estaba muy joven, apenas tenía 16. “Dura es en toda parte. Si uno tuviera la posibilidad de estudiar, de salir adelante, de ser alguien en la vida… pero ustedes no me pueden dar el estudio, ustedes son demasiado pobres”, respondió ella. Rosmel respetó la decisión de su hija y la encomendó a la virgen.

36 años después, Gloria Emilse Padierna Cartagena no se arrepiente de alistarse en las FARC. Asegura que “las causas justas por las cuales luchamos siguen vigentes”, y deja claro que los ideales de aquella miliciana siguen intactos. Pasa sus días entre Medellín y el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Dabeiba, Antioquia. Ya no usa camuflado, pero de la selva extraña “todo”. Hace unas semanas terminó octavo de bachillerato y está próxima a iniciar noveno. Quiere estudiar Derecho y no le teme a la muerte.

–¿Cuántos excombatientes estiman ustedes que están desaparecidos?
–Ah, muchos, miles –responde seca, sin emocionalidad alguna, como quien da una respuesta por todos conocida–. Porque dígame usted en un bombardeo donde mueren cinco, diez, quince, hasta veinte guerrilleros, que no queda prácticamente ni qué recoger. Usted sabe que en esos bombardeos la gente desaparece totalmente, entonces son muchos, muchos. Gloria es una detective sin cartón de bachiller. Es una de siete excombatientes que hacen parte de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), mecanismo extrajudicial y humanitario convenido en el Acuerdo de Paz firmado por el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC. Gloria coordina tareas de búsqueda en Caldas, Risaralda, parte del Chocó, parte de Córdoba, y Antioquia, departamento en el que según la Unidad de Víctimas se contabilizan 7.554 casos de desaparición forzada.

En los 20 años que dura su mandato, la UBPD aspira encontrar más de 100.000 desaparecidos; sin la ayuda de Gloria sería imposible. Parte de su vida ahora consiste en buscar y suministrar información que le permita a la Unidad de Búsqueda y a la Cruz Roja localizar el cuerpo, recuperarlo, identificarlo, y luego entregarlo a la madre, el hermano, el hijo o la viuda que lo reclama. Aunque en este caso poco importan los roles y las responsabilidades de guerra, la información que pueda proporcionar Gloria es mucho más determinante y reveladora cuando de un excombatiente se trata. Cuáles son las características físicas, de qué color tenía los ojos, cómo tenía los dientes, en qué año desapareció, qué grupo se lo llevó, a qué grupo se integró, cuáles fueron las circunstancias de la desaparición, si ocurrió en una vereda o en el casco urbano, cuál era el nombre real y el seudónimo que utilizaba en la guerrilla, a qué bloque pertenecía… son estas las preguntas que Gloria le hace a los familiares que buscan algún civil, policía, militar o guerrillero devorado por el conflicto armado. Si, por ejemplo, el desaparecido pertenecía al quinto frente de las FARC, a Gloria le corresponde indagar con los excomandantes, o exintegrantes de dicho frente, si saben en qué circunstancias murió y dónde puede estar enterrado.

–Muchos excombatientes todavía no entienden el proceso a seguir. Ese es uno de los temas que a uno le toca trabajar, la concientización, que los excombatientes entiendan que esto no va traer ningún problema jurídico, al contrario, si ellos dan las informaciones les van a rebajar las penas.

Buscar es arriesgarse a no encontrar nada, sobre todo si lo que se busca es un desaparecido. La geografía cambia y la memoria no es infalible. Lo que hace quince años era un matorral ahora puede ser un sembradío, por donde antes pasaba un río hoy puede pasar una carretera. En varias ocasiones el equipo de las FARC ha señalado puntos donde quizás puedan estar los cuerpos, pero al momento de la exhumación los forenses solo encuentran tierra. A Gloria solo le compete recopilar la información y compartírsela a la Unidad de Búsqueda y a la Cruz Roja, pero, a pesar del riesgo que eso implica, ella prefiere comprobar que en el lugar señalado efectivamente haya un cuerpo. Gracias al aporte de las FARC se han entregado aproximadamente 123 cuerpos, tres de ellos encontrados en las zonas que coordina Gloria.

–Usted sabe que el familiar del desaparecido no va entender que eso es un proceso y que eso no es cuestión de un de un día para otro. Hay muchos resentimientos por parte de la familia. Muchos dirán: “no, hay que meterle a la reconciliación, hay que botar esos rencores”, pero son heridas que no sanan fácil.

Buscar no solo es riesgoso, también costoso. La mayor dificultad que enfrenta hoy la Unidad de Búsqueda es la falta de presupuesto. Este año la UBPD solo pudo contratar 58 de los 261 funcionarios requeridos, pues recibió 33.332 millones de los 104.109 millones de pesos que solicitó para su funcionamiento. Las FARC deben financiarse con recursos propios. Gloria y sus compañeros están a la espera de recibir apoyo internacional para ejercer labores que con sus ingresos, un salario mínimo, no alcanzan a costear.

–Siempre que nos reunimos con el Gobierno le decimos que el problema de nosotros es la financiación. La Unidad no va a conseguir la información como la conseguimos nosotros, les toca aferrarse a nosotros, (…) la Cruz Roja nos ha colaborado mucho. Ellos no nos van a dar un sueldo mensual por el trabajo, pero ellos nos dan los viáticos para verificar un sitio de entierro o si hay que traer una persona para una investigación.

La gratitud del familiar que encuentra su desaparecido –dice Gloria– no tiene precio.

II

No mide más de uno con sesenta. Su espalda es ancha. Los brazos gruesos. La nariz holgada. Lleva bluyín y una camisa de mangas largas color granate. Las uñas pintadas con esmalte blanco. Una cadena con un dije rojo. Tres aretes dorados en cada oreja, uno con forma de rosa. Gafas negras que solo me dejan ver el aleteo de sus pestañas. Me mira de soslayo, y por periodos cortos. La cadencia de su voz es fría y lejana. Su lenguaje, despreocupado de la sintaxis y la gramática, reafirman sus genes rurales y campesinos.

A los 13 años Gloria hacía parte de las Juventudes Comunistas de Colombia (JUCO). Vivía en una vereda ubicada a cuatro horas de Currulao, corregimiento de Turbo, uno de los 11 municipios que conforman el Urabá antioqueño. En uno de los festivales organizados por la JUCO, Gloria le preguntó a una amiga qué debía hacer para ingresar a las FARC. Ella le respondió que no podía hacer parte de la guerrillerada hasta que no cumpliera los quince años. Gloria siguió vinculada a la JUCO, y poco a poco hizo de los ideales guerrilleros su proyecto de vida.

Diez años pasaron desde que Gloria le había comunicado a Rosmel sus firmes intenciones de ingresar a las FARC, no se veían desde entonces. Al momento del reencuentro, ya era madre. El papá de la niña murió cuando ella estaba en embarazo. La familia del difunto, que era tan pobre como la suya, se responsabilizó de la pequeña. Cierta vez, al volver de Apartadó, donde entonces vivía su hija, una compañera le dijo: “Gloria, la verdad es que esa niña mantiene es por la calle en meros calzoncitos”. La información despertó en Gloria el instinto maternal, y de inmediato pidió autorización a los comandantes para ir en busca de su hija.

–¿Cómo era estar embarazada en la guerrilla?
–En la época que yo la tuve no había unas directrices sobre el embarazo. Ya en la octava conferencia fue cuando se pusieron esas normas más estrictas. Sin embargo, la guerrillera que quisiera tener su bebé, lo tenía normal. No lo metían a uno a comisiones peligrosas, sino a comisioncitas muy quietas, hasta que ya lo sacaban a uno a tener el bebé. Pero yo sí cargué una pistola y cargaba mis cositas, tampoco cargaba pesado, pero sí estuve como hasta los seis, siete meses de embarazo. Uno tenía el bebé y tenía que dejarlo a la familia, uno no podía tener niños allá. A la mía me tocó dejarla de 43 días.

La última vez que la tuvo en sus brazos, su hija tenía seis meses. Preguntando, Gloria la encontró tal y como la había visto su compañera: en calzones, con un raspón en el brazo y sin la cadena de oro que le había regalado. A pesar del llanto de la abuela paterna, Gloria se llevó la niña que para entonces tenía seis años. Le pidió a su papá que se la recibiera, él aceptó y la dejó con él en la finca que tenía en Belén de Bajirá, territorio que hoy se disputan Antioquia y Chocó. A los dos años, volvió a encontrarse con su papá y su pequeña en las estribaciones del río San Jorge, en Córdoba. Tiempo después, monte adentro, un compañero le informó que a su papá lo habían asesinado en Medellín, adonde llegó huyendo de los paramilitares que lo sacaron de su finca. De no ser por el compañero, Gloria no se hubiese enterado que nunca más lo volvería a ver.

La guerra anestesia los nervios de quienes la protagonizaron, y provoca escamas y anticuerpos que repelen los sentimentalismos. Pero no puede acabar por completo con la emoción humana más potente y elemental de la cual se desprenden todas las demás: la tristeza. La congoja con la que mueve los labios, los silencios hondos y entrecortados, demuestran que a Gloria –esa mujer que parece hecha de metal– le pesa, la lastima, y la estremece algo cuando recuerda y habla de su papá.

Gloria ha visto lo más solemne y perverso de la condición humana, pero nunca olvida esa vez que los bombardearon en Santa Cecilia, un caserío situado entre Chocó y Risaralda: “Es una guerra muy degradante, muy desigual con esa tecnología de punta que llegó. Los bombardeos para mí eran muy desastrosos, uno veía los compañeros partidos, muertos. Uno sabe que la guerra es así, pero le duelen también sus compañeros, que los maten así de esa manera. No es como uno ir al combate, que sabe que se está enfrentando, y es el que más iniciativa tenga, pero así como a la bandida…”.

– ¿Extrañas algo de esa época?
–Claro, todo. La comida, la selva.
–¿La comida por qué?
–Porque la comida de la ciudad es muy maluca. Aquí que no viven comiendo sino esas comidas chatarras y todo eso. A mi esas comidas no me gustan, por ahí un perrito de vez en cuando.
–¿Y qué extrañas de la selva?
–El medio ambiente, las aguas, la gente, todo. A mí nunca me pesó haberme ido para la guerrilla, y no es que esté arrepentida de que las FARC hayan tomado la decisión de dejar las armas, lo hecho ya está hecho, pero sí digo que no se hubieran dejado las armas hasta que el Gobierno no hubiera cumplido si quiera la cuarta parte del Acuerdo.

III

La mayoría de la guerrillerada estuvo a favor del Acuerdo, Gloria también. De no ser por las impopulares negociaciones entre Santos y las FARC, tal vez yo no podría comprobar que detrás de la exguerrillera hay una mujer, una persona, una estudiante que la pasa mal con el inglés y la raíz cuadrada que le enseñan en clase de matemáticas, una madre a quien su hija de 36 años le reclama porque prefirió dedicarle su vida a la milicia y amamantar un ideal.

–Ella todavía no ha podido entender que me tocó dejarla por las circunstancias, pero ella algún día tendrá que entender, ¿sí o qué? Ella dice que sufrió mucho, pero sufrió qué, si yo siempre estuve pendiente de ella, al tanto de lo que le faltara, de que hiciera sus estudios, colaborándole económicamente.
–¿Y ahora tenés pareja?
–Yo sí, allá en el espacio, pero él mantiene es allá, yo mantengo es trabajando. A ese sí lo han amenazado de muerte, lo han amenazado los paramilitares, dizque Otoniel. Él es líder allá en el espacio, mantiene reuniéndose con la gente y con diferentes entidades, es encargado de la seguridad. No sé realmente por qué las amenazas, qué hizo él o en contra de quién. Dizque le tienen ahí unos manes para que supuestamente lo maten. Allá hay un esquema colectivo y él cuando sale siempre se mueve en ese esquema, pero como hay tanta gente para moverse, ese esquema a veces no da abasto. Yo le digo: “no salga tanto a Dabeiba, salga a cosas a las que necesariamente tenga que bajar usted, no dé mucha papaya”.
–¿Y vos no sentís miedo?
–¿De qué, de morirme? Pues no, eso el día que uno se va morir ni siquiera se da cuenta –responde Gloria, mientras florece en su rostro una de las pocas sonrisas que se permitió durante esta conversación–. La muerte lo sorprende a uno en cualquier parte, ¿o no es así? Yo me meto pa’ todas partes, y si me van a matar en mi trabajo, pues qué se va hacer.

IV

Solo permanecen 80, 70, 60, ni Gloria sabe cuántos, de los 250 excombatientes que se concentraron inicialmente en el ETCR de Dabeiba. Únicamente les han cumplido con la renta básica mensual. Los proyectos productivos no llegan. Muchos están intentando montar cooperativas piscícolas y ganaderas por cuenta propia, otros retornaron a las armas y la ilegalidad. En este momento no son dueños de nada, ni del predio donde están asentados, mucho menos de su futuro. En las mismas condiciones estaba la familia de Gloria cuando ella decidió echarse un fusil al hombro.

*Un contenido de Periferia para Periodismo de Verdad

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